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domingo, 23 de junio de 2013

Fotografías y nada más

Puede que no sea la vivienda perfecta. Ni sus muebles, cortinas y tejas. 

Es posible que se haya ido la sintonía y que los cuadros no sean los de antes. Y ¿qué os voy a decir de las fotografías?... Para muchos acaban siendo un "quiero y no puedo".

Así dejamos la casa, sus libros e historias. Bajamos a la calle para rodearnos con un radiante cielo azul. Cogeremos margaritas en el parque y veremos a los niños reír. Se balancearan los columpios, las hojas de los árboles y la necesidad de volver a casa.


Sin embargo, es bajo ese techo donde se seguirá hospedando un día gris. El mismo plato de cocido después de que el exterior nos haya brindado las mejores noticias de nuestras vidas. El maletín de uno de los dormitorios no cerrará por la cantidad de trabajo que el ocio nos ha acumulado. Seguirán las miradas tristes en busca de un apoyo o, quizás, deseando un baúl en el que encerrar su caja de Pandora.

Envejecerá el mobiliario y se teñirán de promesas, que nunca llegan, los visillos y las cortinas. La espera seguirá sentada en las sillas mientras mira un monótono mantel de cuadros blancos y rojos. Tampoco se ha de olvidar la malicia de la nevera que, cuando acuden el hambre y la avaricia nunca consuela su gusanillo.

Y es cierto que vendrán días grises, tormentas y diluvios. También se vuelve verídico el hecho de que nuestra casa ruin, monótona y pesimista, se llena de nosotros cuando el radiante cielo azul se convierte en un indecente agujero negro o cuando nos atacan las avispas por robar sus flores.

Cada uno libra su batalla interna de una manera más o menos procedente. Amamos el exterior y aborrecemos el lugar que nos arropa cuando se abren grietas en las calles. Y, al final, sólo nos quedarán las fotografías de aquella Navidad en la que el árbol lucía, elegante, adornos y deseos para el nuevo año.

Una mentira constante de la que, luego, nos preguntaremos el por qué mirando desolados los álbumes de nuestras vidas.


jueves, 13 de junio de 2013

Confusión

Luces y música. Ese preciso momento en el que embriaga una canción cada rincón del pub, a su gente y a personas que, irónicamente, no desean reencontrarse. En su cabeza rondan los recuerdos: las palabras, aquel día en la playa, la descabellada moto y otras tantas cosas... Vídeos, pensamientos y promesas hechas trizas por ignorar cuánta carga de responsabilidad podrían tener nuestras palabras.



-Sara ¿qué tomas?- Preguntó Marta vociferando.
-Mmmm... Nada, hoy no me apetece nada.
-¡Ey! hoy no ¿eh? es nuestro día y no el de ningún okupa que tengas en la cabeza.- Levantó una ceja.- ¿Queda claro?
-Quedará... Pero quizás mañana lo vea distinto.-Suspiré.

Ella se cogió una tónica, tampoco tenías ganas de beber. Alzó sus brazos y empezó a hacer un baile un tanto peculiar, allí, rodeada de tanta gente... Demasiada.

-En breves me voy, esto me agobia.- Advertí.
-¿Cómo que te vas? pero si la noche acaba de empezar... ¡¡Venga anímate!! Eres guapa, sabes bailar y el síndrome fiestero te transforma. ¿Cuál es tu problema?

Se abrió la puerta y, a su vez, la nariz se negó a funcionar. Simpáticamente había encontrado algo de mí que pudiera superar la expresión de unos ojos abiertos por el miedo. Cruzaron entre la masa mientras buscaban la presencia de alguien conocido o, peor aún... Alguien por conocer.

-Sara nos vamos, ya han repetido esta canción por tercera vez y me estoy rayando.

Pero Sara no respondía. En ese momento, di gracias de no haber tomado una copa pues ya se me hubiera caído después de que el tiempo se hubiera parado. No sabía si acercarme, si esconderme, marcharme, fingir, alegrarme, llorar, gritar, empezar a bailar o ir a recorrer las calles de cualquier noche demencial.

El techno cesó y una balada "moderna" con aires latinos se abrió paso gracias a los bafles.

-Esto es una broma, tiene que ser una broma.- Pensé en voz alta.

Ya podía divisar al grupo de los recién llegados. Tranquilidad, eso sí, cada uno estaba a su historia... Salvo uno.

-Hola Sara ¿cómo estás?- Susurró una voz a mi derecha.- Veo que ya has salido del hospital, me alegro de verte mejor.

Notaba como mis labios perdían el control poco a poco, al igual que los dientes que ya castañeaban sin poder pronunciar una palabra entendible. No sabía que hacer con el pelo, el maquillaje de menos y mi desarreglo general. Por supuesto, menos aún con las manos revueltas.

-Sara... ¡¡Sara!! ¿Estás bien? te has desmayado... Viene una ambulancia enseguida. Te han echado algo en la bebida.

Marta estaba desesperada. Lloraba e iba de un extremo a otro de la calle. Buscaba ayuda, compañía o algún conocido que le dijera qué hacer. Aún habiendo avisado a Urgencias, su inseguridad la frustraba cuanto más hacía.

Yo, al contrario, me encontraba en el suelo sin saber cómo ni qué ocurrió. Mi mente no decretaba qué era el sueño y cuál la incierta realidad. Tenía el vestido lleno de manchas, los brazos pringosos y de color rojo, además de la chaqueta y algún complemento más tirado por el suelo.

Volvieron las luces, pero esta vez sin música. La camilla, las preguntas y prisas... La noche se tiñó de negro en cuanto me subieron a la camilla. Mis párpados se apagaron, así sumaban nuevos minutos de imaginación en el seno de la incertidumbre. Qué creer y por qué, quién nos dice que todo no puede formar parte de un sueño...

domingo, 9 de junio de 2013

En blanco

-Es sólo un beso en la espalda.- Indicó ante mi cara de "pocos amigos".

Era mediodía como cada uno de nuestros amaneceres. Cambio de horarios, comidas y pocas horas de sueño. Pero seguíamos en el mismo sofá, el rojo. En él caímos el primer día, quizás por despiste.

La habitación no era nada de otro mundo para aquellos materialistas o poco soñadores. Lo más saludable es seguir soñando.

Las cortinas anaranjadas eran el encuadre perfecto de atardeceres y espectaculares puestas de sol. El mar y las estrellas, el mejor café para medianoche. 

-¿Bayleis? - Preguntó.
-No, esta noche no. Hoy necesito escribir.- Sonreí.

Él asintió, sabía lo que significaba aquello. Así es como pequeños invasores llamados "celos" amedrentaron cada uno de sus latidos.

Lo que puede hacer el papel o, mejor aún, lo que podemos llegar a hacer de él. La misma hoja en blanco a la que nos enfrentamos cada vez que deseamos contar una pequeña historia. Más bien, en mi caso, para liberar tensiones y desahogar sentimientos deshonestos.

Líneas que se entrecruzan, lápiz, restos de goma y correcciones a tinta. Sea la situación que sea, escribiendo en la madrugada con la luz del móvil como única lumbre, en el tren, esperando a los amigos... Cualquier momento, cualquier lugar...

-¿Estás mejor? - Preguntó con síntomas de preocupación.

Me quité las gafas y le di un par de vueltas a un mechón de pelo. No sabía si romper en mil pedazos lo que acababa de escribir o romperle la cara a cualquier valiente digno de cruzarse en mi camino.

-Sí, estoy mejor.- Respondí, sin sarcasmos como otras tantas veces.

Guardé mi lánguida obra en el cajón de siempre, aquel junto a la cama. Allí estaban todas las demás hablando de batallas perdidas, amores de verano, odios y dudas, sentimientos, felicidad y otras tantas que mantienen intactos los recuerdos.

Hoy decidí cambiar de rumbo, hacer cosas nuevas. Me solté el pelo, pinté los labios y me arreglé, pero no pomposamente. 

-¿Qué haces? - Sorprendido era poco lo que el muchacho estaba. Hace unos instantes estaba aferrada aquel maldito papel y ahora parece otra. -Oh no... ¿quieres salir a bailar?

Sonreí, como siempre. Como nunca. Esta tarde era distinta. No iba a permitir que esas cortinas naranjas siguieran siendo el marco de la penúltima puesta de sol. ¿O quizás última? 

Nunca sabremos pues cuando se abrirá la zanja en el camino de nuestras vidas. Así que, qué menos que aprovecharlo y disfrutar todo lo que se pueda.

No fuimos a bailar. Recorrimos calles y callejones, alguna que otra terraza y la playa. 

No era verano aún, pero allí quedamos con una estúpida toalla publicitaria hasta las tantas. Estúpido disgusto, en aquel estúpido día que algunas deciden perder su tiempo escribiendo a todo lo que diesen sus manos. O ganarlo. Ese error, sin dudarlo, sabría que pasaría a la Historia para no volverlo a cometer.

Llegó la noche y el frío. Sin embargo, seguían rodeados de arena mientras canturreaban una dulce pieza romántica el oleaje marino.

-Esto es vida.- Le dije.- Lo mejor de todo, es que cosas como esta son perfectas... Y más aún si tú estás conmigo.

Chocamos un par de besos esquimales y unas cuantas horas de risas. Parecíamos niños. Pero, sin lugar a dudas ese momento se convirtió en el mejor recuerdo de hacía ya mucho tiempo. 

Aquella noche respiramos tranquilos y llegamos desfallecidos al acogedor piso vacacional. No sé cómo ni por qué volvimos a abrir los ojos, a la mañana siguiente, en el mismo sitio y lugar. Aquel maldito sofá...

sábado, 1 de junio de 2013

[Relatos LibrosVeo] Carpe diem

I Concurso Relatos LibrosVeo

-Para. ¡Te he dicho que pares!. Estoy cansada de esta vida. ¡Mundo quiero bajarme!.
Y nada... Sigue lloviendo. La luz conquista cada rincón de la habitación y consigue que me levante. Lloro, grito... Estoy hecha una furia.

Me da igual que todos tengan un motivo para sonreír, que pasen indiferentes y yo desapercibida. A veces las cosas se tuercen, no brillan... Y todos sus matices se encuentran en una escala de grises. Todo es tristeza y mal humor. Lágrimas que viajan y malas caras.

Pasan quince minutos y la habitación se convirtió en leonera, y hoy la leona tiene hambre... Hambre de alegría, de sonrisas... De una bocanada de aire que me devuelva a la vida.

Pican al timbre.- Parece que mi duendecillo me ha escuchado para reanimarme en este día gris.- Me apresuro a abrir. Despeinada, sonriente, ilusionada.

-Hola, Buenos días. ¿Es usted Sara Menéndez?.- Dice una mujer de mediana edad, con sus rizos bailando al libre albedrío y un paquete entre las manos.

-Sí soy yo.- La miro sorprendida, desilusionada... -Y pensando que iba a ser un príncipe azul hecho rana...

-Pues esto es para ti. Necesito que eches una firma aquí.-Firmo- Gracias, hasta luego. ¡Buen día!- Se despide feliz, con una sonrisa a la vez que abre y cierra la puerta del ascensor.

-Sí... Buen día... A ver si esto va a ser una broma y me trae dentro una bomba fétida, bichos o a saber qué sorpresa malévola.

Lo abro. Tiene un lazo y un bonito papel de regalo. Unas flores secas pegadas a la frase "Carpe diem". Me mata la curiosidad y a la vez, me da pena abrir esta cajita que esta envuelta de forma curiosa.

Algo se mueve - Pío Pío...- Quién será el gracioso que me envía mal fario a casa. Seguro que es un cuervo...

La abro suavemente. -Aunque sea un cuervo no tiene por qué recibir un susto el pequeño animal...- Y de repente sale un pajarito. Un gorrión rápido, alegre y veloz. Vuela por toda la cocina, no planea... Directamente se me lanza encima.

-¡Ay!- El animal se da cuenta de que realmente ha asustado a la destinataria. Se posa en la encimera y me mira con curiosidad.

-Bicho del demonio... Igual prefería que fueses un cuervo y así lo veía venir...- Arrugo la nariz. Menudo día estoy teniendo y eso que acaba de empezar.

En un último intento extiendo la palma de la mano y el gorrión se posa. Después, empieza a desenredar algo que lleva en la pata.- ¿Qué será?- Confusa e intrigada veo un papel que sobresale de su pata.- A ver que dice:
"Los pequeños momentos son fugaces, se escapan y a veces ni se perciben. Nunca dejes escapar ese detalle que hace brillar tu sonrisa, como la estrella más joven y perfecta de la galaxia. Carpe diem."

Suena el móvil. Una llamada. Él. Mis mejillas. El corazón y...

-¿Sí?

- Se te ha escapado, lo sabía. Sara no se te puede confiar nada mira que eres torpe ¿eh?

-¿Qué se me ha escapado? ¡Se me ha tirado encima que es diferente!.

-¿No estarás intentando ponerme celoso no?. Mira que el pajarito era un ser inocente...¡Hasta que te conoció a ti!

-¿A mí? ¡Pero si yo sólo...! ¡Yo sólo...! Me ha encantado el regalo, no sé como agradecértelo... Gracias por hacerme tan feliz.

-Yo sí sé como- Risa maliciosa.

-¡Serás imbécil!. No... Si luego la inocente no soy yo- Y sigo refunfuñando durante unos instantes.

-Al tercer acelerón me iré. No lo olvides. En cualquier momento. En cualquier lugar, princesa. Cuando menos te lo esperes estaré en tu camino para evitar que te bajes del mundo y me olvides.

-Nunca lo haría. Salvo que nieve y me saques de mi montaña de mantas. O embarques a mi madre en la moto. Hasta entonces, no encuentro más excepciones. Te quiero.


Y así es como el señor Mundo no me dejó bajarme del carrusel. Siempre tiene una buena razón para que recupere la sonrisa y me falte asombro con cada sorpresa del camino. Ahora sólo queda estar alerta y al primer acelerón de la Harley ser un visto y no visto para la sociedad que nos rodea.