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jueves, 13 de junio de 2013

Confusión

Luces y música. Ese preciso momento en el que embriaga una canción cada rincón del pub, a su gente y a personas que, irónicamente, no desean reencontrarse. En su cabeza rondan los recuerdos: las palabras, aquel día en la playa, la descabellada moto y otras tantas cosas... Vídeos, pensamientos y promesas hechas trizas por ignorar cuánta carga de responsabilidad podrían tener nuestras palabras.



-Sara ¿qué tomas?- Preguntó Marta vociferando.
-Mmmm... Nada, hoy no me apetece nada.
-¡Ey! hoy no ¿eh? es nuestro día y no el de ningún okupa que tengas en la cabeza.- Levantó una ceja.- ¿Queda claro?
-Quedará... Pero quizás mañana lo vea distinto.-Suspiré.

Ella se cogió una tónica, tampoco tenías ganas de beber. Alzó sus brazos y empezó a hacer un baile un tanto peculiar, allí, rodeada de tanta gente... Demasiada.

-En breves me voy, esto me agobia.- Advertí.
-¿Cómo que te vas? pero si la noche acaba de empezar... ¡¡Venga anímate!! Eres guapa, sabes bailar y el síndrome fiestero te transforma. ¿Cuál es tu problema?

Se abrió la puerta y, a su vez, la nariz se negó a funcionar. Simpáticamente había encontrado algo de mí que pudiera superar la expresión de unos ojos abiertos por el miedo. Cruzaron entre la masa mientras buscaban la presencia de alguien conocido o, peor aún... Alguien por conocer.

-Sara nos vamos, ya han repetido esta canción por tercera vez y me estoy rayando.

Pero Sara no respondía. En ese momento, di gracias de no haber tomado una copa pues ya se me hubiera caído después de que el tiempo se hubiera parado. No sabía si acercarme, si esconderme, marcharme, fingir, alegrarme, llorar, gritar, empezar a bailar o ir a recorrer las calles de cualquier noche demencial.

El techno cesó y una balada "moderna" con aires latinos se abrió paso gracias a los bafles.

-Esto es una broma, tiene que ser una broma.- Pensé en voz alta.

Ya podía divisar al grupo de los recién llegados. Tranquilidad, eso sí, cada uno estaba a su historia... Salvo uno.

-Hola Sara ¿cómo estás?- Susurró una voz a mi derecha.- Veo que ya has salido del hospital, me alegro de verte mejor.

Notaba como mis labios perdían el control poco a poco, al igual que los dientes que ya castañeaban sin poder pronunciar una palabra entendible. No sabía que hacer con el pelo, el maquillaje de menos y mi desarreglo general. Por supuesto, menos aún con las manos revueltas.

-Sara... ¡¡Sara!! ¿Estás bien? te has desmayado... Viene una ambulancia enseguida. Te han echado algo en la bebida.

Marta estaba desesperada. Lloraba e iba de un extremo a otro de la calle. Buscaba ayuda, compañía o algún conocido que le dijera qué hacer. Aún habiendo avisado a Urgencias, su inseguridad la frustraba cuanto más hacía.

Yo, al contrario, me encontraba en el suelo sin saber cómo ni qué ocurrió. Mi mente no decretaba qué era el sueño y cuál la incierta realidad. Tenía el vestido lleno de manchas, los brazos pringosos y de color rojo, además de la chaqueta y algún complemento más tirado por el suelo.

Volvieron las luces, pero esta vez sin música. La camilla, las preguntas y prisas... La noche se tiñó de negro en cuanto me subieron a la camilla. Mis párpados se apagaron, así sumaban nuevos minutos de imaginación en el seno de la incertidumbre. Qué creer y por qué, quién nos dice que todo no puede formar parte de un sueño...

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